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Cristina y Ángela

Me llamo Cristina y cuido de mi madre, Ángela, de 89 años.

Hace tres años que mi hermana y yo decidimos que nuestra madre necesitaba ayuda. En el momento en que vimos que sus despistes empezaban a ser serios y que ya no podía gestionar ni su dinero ni su vida, decidimos actuar.

El inicio fue duro. Es duro aprender a vivir con una persona adulta que considera que ella está bien y que no necesita a nadie. Supone un momento de ajuste y de aprendizajes. Para todos. Dejar tu casa e irte a una casa extraña, aunque sea la de tu hija, no es fácil.

Mi madre siempre ha sido una mujer activa, trabajadora y muy fuerte. Era bailarina de joven y ha trabajado de dependienta toda su vida. Ha sido siempre muy independiente y ahora ve que su vida depende de mí. Eso es difícil de asimilar.

Ella sabe que se le olvidan cosas, pero niega que le pase algo. Está simplemente mayor, dice. Pero reconoce que prefiere vivir conmigo que vivir sola. Aunque eso suponga que nos peleemos. Menudo carácter tenemos las dos. “La sargento” me llama. O “la madre superiora”.

Considero que lo más importante para las dos es tener una rutina. Eso ayuda a poner las cosas en su sitio. En ese aspecto que venga a casa la trabajadora familiar es un gran alivio para mí. Me permite ir a trabajar e ir al gimnasio. Lo necesito para mi espalda. Aunque a ella no le guste demasiado tener esa compañía ya que la hace verse enferma. De hecho debería llevar colgado el collar de teleasistencia domiciliaria y ahí está, encima de la mesa. Es complicado.

Los momentos en familia son importantes, por eso siempre cenamos todos juntos. A veces a mi pareja le resulta más fácil que a mí llevar algunas situaciones. Dicen que cuando más confianza te tiene alguien, más difícil es la relación.

Pero la entiendo. Que una hija te diga lo que tienes que hacer no debe ser fácil ya que cambian los roles, se intercambian los papeles .

Cuando no puedo más, me voy. Me voy a dar una vuelta, a que me dé el aire, a respirar profundamente. Ella se puede quedar un rato sola, no es problema. Así cuando vuelvo estamos las dos más tranquilas y volvemos a empezar. Y nos reímos. Porque reír juntas es importante.

También pido ayuda cuando estoy superada. Somos dos hermanas, y aunque nuestra madre viva conmigo, debemos apoyarnos en su cuidado. Esto a veces es difícil de gestionar. Al final, todos tenemos una vida y a nadie le resulta fácil encajar en ella a una persona dependiente.

Roc le viene muy bien. Lo encontramos abandonado en el bosque. Dejamos las puertas abiertas y esperamos a ver si subía al coche. Y lo hizo. Nosotros lo cuidamos y ahora él cuida a mi madre. No hay más que ver cómo se miran.

Ser cuidadora es agotador. Hace que te replantees muchas cosas. Te absorbe, tiempo y energía. Tanto, que ahora me pregunto, qué pasará cuando ya no lo sea. Por eso intento que cada día con ella valga la pena. Aunque sé que, mientras tanto, seguiré siendo “la sargento”.